lunes, 21 de mayo de 2012

Le Havre. Una obra maestra que no pretende serlo.

En 1991 el Finlandés Aki Kaurismäki dirigió La vida de bohemia, una historia acerca de tres artistas que se hacen amigos en París: Rodolfo, un pintor albanés, Marcel, un dramaturgo y editor de revistas sin publicar y Schaunard, un compositor post-modernista.
El pasado año llegó a nuestras pantallas Le Havre, el último trabajo de Aki Kaurismäki. Una película que actúa como complemento de aquella al retomar a uno de sus personajes, Marcel Marx, el poeta y editor bohemio que, ahora, tras abandonar la poesia y huir de las tentaciones burguesas a las que había acabado por sucumbir en la otra película, sobrevive como limpiabotas en la ciudad portuaria de Le Havre.
No es el personaje de Marcel el único punto en común con La vida de Bohemia. Le Havre comparte con ésta, además, la participación de Evelyne Didi, actriz-fetiche de Kaurismäki, la participación de Jean-Pierre Léaud y, nuevamente, una historia de amor que tendrá que enfrentarse a un proceso hospitalario.
Sin duda, el estado anímico del director en el momento de enfrentar este trabajo ha mejorado con respecto a entonces ya que, en esta ocasión, lo que se nos brinda es una historia mucho más optimista.
Le Havre, a pesar de tratar temas como la exclusión social de los inmigrantes, es un cuento de hadas cargado de ingenuidad que hace especial incapié en la solidaridad de las clases humildes. Una bienintencionada historia despojada de estilismo, carente de todo sentimentalismo y contada con el habitual laconismo del director.
Son precisamente la sencillez y la sequedad narrativa lo que convierten a Kaurismäki en un gran director y a Le Havre en una obra maestra. Y es que bajo todo ello yace una emoción auténtica que la cámara consigue captar y trasladarnos sin hacer ruido. Sin aspavientos, sin necesidad de histrionicas representaciones ni rimbombantes bandas sonoras encargadas de remarcar lo obvio. Simplemente con una captura fugaz del miedo que refleja la mirada del protagonista cuando, al llegar a casa, encuentra a su mujer en el suelo, con una silenciosa secuencia compuesta por los sucesivos planos de los rostros de los inmigrantes como contraplano de la mirada del policia que abre el contenedor en el que se hallaban ocultos o con la captura de la emotiva mirada de Yvette cuando confiesa su amor por Marcel,....Estos momentos, y algún otro más,  cargan de humanidad la película.
Encontramos en Kaurismäki ecos de otros autores. Cierto. Desde Ozu a John Ford pasando por Marcel Carné, Jacques Becker, Jean Renoir o Douglas Sirk. Pero lo que nos queda finalmente es una obra en la que se ha eliminado todo lo superfluo, se ha rehuido toda tentación aleccionadora, se ha evitado el manierismo y la pretenciosidad y se ha conseguido concentrar la emoción pura para relatarnos un esperanzador cuento de hadas del que destila un único mensaje encerrado en ese plano final del cerezo en flor. La idea de que, a pesar de las penurias económicas, de la amenaza de la enfermedad y de la existencia de un estado represivo plagado de delatores, la vida sigue.

Para ver el trailer pinchad aqui.

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