miércoles, 27 de enero de 2010

UP. La aventura de nuestra vida


Si a estas alturas todavía queda alguien que crea que el cine de animación no es verdadero cine o que se atreva a decir que una película de dibujos o animada por ordenador no es una verdadera película y que, por lo tanto, ese mercado está exclusivamente dirigido a los niños no debe de conocer las creaciones de Pixar o del gran maestro Miyazaky. Me refiero, por supuesto, a películas como: Mi vecino Totoro (a la que dedicaré una nota en otra ocasión), El viaje de Chihiro, Monstruos S.A., Wall-e o Up, la peli a la que va dedicada esta nota.
No voy a poder comentar la experiencia de verla en 3D ya que la vi en las tradicionales dos dimensiones, a las que tengo bastante cariño. Otro día será.
La película, al igual que ya ocurría con wall-e, comienza con 20 minutos de verdadera obra maestra, que ya quisieran para sí la mayoría de producciones protagonizadas por actores de carne y hueso.
A diferencia de ese puro y descacharrante slapstick que era el genial arranque de Wall-e en esta ocasión se trata de 20 minutos no mudos, aunque sí prácticamente carentes de diálogos (no los necesita), en los que contemplamos como ha transcurrido la infancia y juventud de Carl, el anciano protagonista de la historia.
En ese relato, con entidad propia dentro de la película, entenderemos el porqué del apego que siente por su casa ese anciano con el físico de Spencer Tracy, el carácter de Walter Matthau y la voz de Edward Asner ¿recordáis a Lou Grant? y el motivo por el que decide llevársela a cuestas hasta Sudamérica.
A partir de ahí el relato adopta ciertos convencionalismos, como ya ocurriera con Wall-e, supongo que motivados por el hecho de que está rodada con el convencimiento de que seguirán siendo los niños el público potencial para este tipo de películas. Aun así estos convencionalismos consisten en 60 minutos cargados de dinamismo y diversión y narrados con un sentido del ritmo que tampoco se encuentra en las superproducciones Hollywoodienses tan taquilleras ellas.
A pesar de lo convencional de esa parte del relato disfrutaremos de la aventura de Carl y acabaremos descubriendo con él que los héroes que elegimos en la infancia raramente merecen serlo y que no hace falta irse tan lejos para vivir una aventura ya que la gran aventura de nuestra vida es, en realidad, conseguir vivirla al lado de la persona que queremos.

martes, 19 de enero de 2010

La Cinta Blanca. El "huevo de la serpiente" de Haneke



La última película de Haneke es, sin duda, una obra mayor. Se trata de cine de verdad; cine con mayúsculas; cine donde tan sugerente resulta aquello que el realizador nos muestra a través de las imágenes como lo que nunca llegaremos a ver porque la puesta en escena lo deja fuera de campo.
La proyección comienza con una pantalla completamente en negro sobre la que la voz en off del narrador comienza a advertirnos que la historia que va a contarnos (y que tuvo lugar hace ya muchos años) la conoce parcialmente de oídas, por lo que no puede garantizar su total veracidad. Asimismo también nos advierte que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía han quedado muchas cosas sin aclarar.
De esta forma, Haneke deja muy claro al espectador que, cuando haya finalizado la proyección, no contará con todas las respuestas. Al tiempo nos convierte a nosotros en parte integrante de la historia que vamos a presenciar ya que dispondremos de la misma información y acabaremos careciendo de la misma información que el resto de los habitantes de esa comunidad rural en que se desarrollan los hechos.
A través de una fascinante fotografía en blanco y negro con durísimos contrastes, en especial en las escenas de interiores, y con una puesta en escena que deja fuera de campo los actos de violencia perpetrados contra los niños Haneke nos muestra como el abuso, la violencia contra los débiles e inocentes, los crímenes, la educación autoritaria de los padres y la rigidez de la moralidad religiosa son terreno abonado para la germinación de la semilla de la maldad de la que mas tarde surgirá el nazismo.
La Película se cierra con una escena final en la que, tras sernos anunciado el comienzo de la primera guerra mundial, contemplamos la entrada de los fieles en la iglesia y como van acomodándose de manera simétrica y ordenada en sus asientos. El orden ha sido reestablecido, la verdadera naturaleza de los hechos ocurridos nunca será desvelada ni los culpables descubiertos y el maestro, única persona que buscaba la verdad, se ve empujado a buscar otra forma de vivir fuera del pueblo.
La metáfora esta servida y nos damos cuenta que el relato nos muestra como la preservación de la mentira, la hipocresía, la ocultación de los actos violentos y el silenciar a aquellos que buscan la verdad es la única forma que algunos encuentran para ostentar el poder y mantenerse en él.
Haneke, de esta manera, filma su propio “Huevo de la serpiente" y vuelve a regalarnos con un excelente film en el que impera la violencia, una violencia casi siempre desarrollada fuera de campo pero no por ello menos inquietante.
En cuanto a la fotografía, el realizador austriaco elige un sugerente blanco y negro que permite resaltar la frialdad y crudeza de la naturaleza en las tomas de exteriores a la vez que, y gracias a unos durísimos contrastes en las tomas de interior, refleja perfectamente el ambiente opresivo y represivo que se vive en las casas de los principales habitantes del poblacho.
Toda una lección de buen cine que mantiene viva la ilusión por seguir acudiendo a las salas y que nos invita a reflexionar en este caso sobre que “huevo de la serpiente” se estará gestando en el seno de algunas sociedades ahora mismo o, porqué no, sobre que “huevo de la serpiente” se estará gestando ahora mismo en el seno de nuestra sociedad con nuestra colaboración (gracias, Pablo, por esta sugerente puntualización).

martes, 12 de enero de 2010

Avatar. La ausencia de dimensiones.

Habitualmente dedico tiempo a escribir estas notas cuando una película me ha gustado mucho y, a mi entender, siempre a mi entender, considero que es buena o, al menos, altamente recomendable. Lo hago siempre con la sana intención de animar a que alguien más, tras leer esto se anime también a verla y, con suerte, disfrute tanto como yo lo he hecho.
Hoy va a ser algo diferente,….
Anoche vi Avatar; pagué por ver Avatar, y lo que vi no fue más que la obra de un mentiroso. James Cameron ha resultado no ser más que un director de películas con pretensiones que acaban resultando meros espectáculos grandilocuentes.
Ya nos avisó con Titanic y no supimos (no supe) verlo.
En aquella ocasión, lo que se podía haber desarrollado como una metáfora sobre la lucha de clases quedó como un simple esbozo dentro del guión de una historia vacía, mil veces contada, ahogada en un despliegue de efectos especiales.
Ahora, en esta nueva ocasión, Cameron, 12 años después, primero crea la ilusión de que su criatura va a ser la película de la década, que va a haber un antes y un después a Avatar en la forma de concebir el cine; en resumen, que vamos a presenciar lo nunca visto y que eso va a generar el nacimiento de una nueva forma de desarrollo del lenguaje cinematográfico de igual manera que en su día lo hicieran Amanecer, Ciudadano Kane o incluso Matrix.
Sin embargo, luego, cuando finaliza la proyección (las 2 horas y media de proyección) resulta que hemos visto una historia completamente plana que no es mas que un refrito de Pocahontas, Bailando con lobos y la selva esmeralda ambientada en unos escenarios que parecen salidos de un videojuego de plataformas. Otra vez una historia mil veces contada de personajes psicológicamente planos en la que los buenos son muy buenos y el malo malísimo. Una historia donde, una vez más, un pueblo indígena que vive en perfecta comunión con la naturaleza intentará ser masacrado por una malvada raza colonizadora.
Lo único diferente en este caso es que son los marines americanos la malvada raza colonizadora. Esto podía haber sido un buen punto de arranque para rodar una parábola acerca de la invasión americana en Irak pero claro,…hablamos de una película de James Cameron, así que el guión se limita a sacrificar esa baza argumental en aras de un despliegue de secuencias vacías sobre escenarios artificiales para culminar en una batalla a ritmo de una banda sonora grandilocuente que pretende imitar a Carmina Burana.
En fin, sirva esto para recordarnos que, en una película, la forma de rodar y la técnica empleada para ello deben estar al servicio del guión y que es éste el que debe de contar con más de una dimensión.
Sirva también para evitar que alguien más sufra una experiencia tan mala en una sala de cine por acudir a ver semejante engendro como la sufrida por mí anoche. Amén