martes, 19 de enero de 2010

La Cinta Blanca. El "huevo de la serpiente" de Haneke



La última película de Haneke es, sin duda, una obra mayor. Se trata de cine de verdad; cine con mayúsculas; cine donde tan sugerente resulta aquello que el realizador nos muestra a través de las imágenes como lo que nunca llegaremos a ver porque la puesta en escena lo deja fuera de campo.
La proyección comienza con una pantalla completamente en negro sobre la que la voz en off del narrador comienza a advertirnos que la historia que va a contarnos (y que tuvo lugar hace ya muchos años) la conoce parcialmente de oídas, por lo que no puede garantizar su total veracidad. Asimismo también nos advierte que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía han quedado muchas cosas sin aclarar.
De esta forma, Haneke deja muy claro al espectador que, cuando haya finalizado la proyección, no contará con todas las respuestas. Al tiempo nos convierte a nosotros en parte integrante de la historia que vamos a presenciar ya que dispondremos de la misma información y acabaremos careciendo de la misma información que el resto de los habitantes de esa comunidad rural en que se desarrollan los hechos.
A través de una fascinante fotografía en blanco y negro con durísimos contrastes, en especial en las escenas de interiores, y con una puesta en escena que deja fuera de campo los actos de violencia perpetrados contra los niños Haneke nos muestra como el abuso, la violencia contra los débiles e inocentes, los crímenes, la educación autoritaria de los padres y la rigidez de la moralidad religiosa son terreno abonado para la germinación de la semilla de la maldad de la que mas tarde surgirá el nazismo.
La Película se cierra con una escena final en la que, tras sernos anunciado el comienzo de la primera guerra mundial, contemplamos la entrada de los fieles en la iglesia y como van acomodándose de manera simétrica y ordenada en sus asientos. El orden ha sido reestablecido, la verdadera naturaleza de los hechos ocurridos nunca será desvelada ni los culpables descubiertos y el maestro, única persona que buscaba la verdad, se ve empujado a buscar otra forma de vivir fuera del pueblo.
La metáfora esta servida y nos damos cuenta que el relato nos muestra como la preservación de la mentira, la hipocresía, la ocultación de los actos violentos y el silenciar a aquellos que buscan la verdad es la única forma que algunos encuentran para ostentar el poder y mantenerse en él.
Haneke, de esta manera, filma su propio “Huevo de la serpiente" y vuelve a regalarnos con un excelente film en el que impera la violencia, una violencia casi siempre desarrollada fuera de campo pero no por ello menos inquietante.
En cuanto a la fotografía, el realizador austriaco elige un sugerente blanco y negro que permite resaltar la frialdad y crudeza de la naturaleza en las tomas de exteriores a la vez que, y gracias a unos durísimos contrastes en las tomas de interior, refleja perfectamente el ambiente opresivo y represivo que se vive en las casas de los principales habitantes del poblacho.
Toda una lección de buen cine que mantiene viva la ilusión por seguir acudiendo a las salas y que nos invita a reflexionar en este caso sobre que “huevo de la serpiente” se estará gestando en el seno de algunas sociedades ahora mismo o, porqué no, sobre que “huevo de la serpiente” se estará gestando ahora mismo en el seno de nuestra sociedad con nuestra colaboración (gracias, Pablo, por esta sugerente puntualización).

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