martes, 29 de noviembre de 2011

Fallece Ken Russell, el controvertido cineasta Británico.


Admirado por unos, odiado por otros,..Siempre polémico, su cine nunca ha dejado indiferente.
Ayer falleció, a sus 84 años de edad, el director Británico Ken Russell. Responsable de trabajos tan interesantes como Tommy, Mujeres enamoradas, Los demonios o Malher nos deja un legado tan inmortal como la música de aquellos compositores sobre los que rodara.
Hasta siempre.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Blackthorn. What if...?

What if...? (que hubiera pasado si...) es un término muy utilizado en el mundo del comic para editar números especiales en los que mostrar una línea argumental alternativa que podría haber tenido lugar si, en un momento crucial de la historia del protagonista, éste hubiera tomado una decisión diferente a la elegida inicialmente o si un suceso crucial hubiera tenido el resultado contrario al que tuvo.
Empleando este recurso hemos podido ver lo que hubiera pasado si Daredevil hubiera asesinado al Kingpin, si el traje alienígena hubiera poseido por completo a Spiderman o si la araña escarlata hubiera acabado por asesinar a Spiderman como final alternativo de la lamentable saga del clon.
Desarrollos más interesantes y llevados al cine (que, a fin de cuentas, es lo que nos ocupa) los encontramos en los casos de V de Vendetta, donde vemos lo que hubiera sucedido de triunfar en Reino Unido un régimen como el del Tercer Reich, y Watchmen (mi favorito) donde asistimos al devenir de la historia reciente de los Estados Unidos en el caso de que los superheroes hubiesen existido en realidad y fuesen, como no, Norteamericanos.
Mateo Gil, guionista habitual en las películas de Alejandro Amenabar, ha decidido dar el salto a la dirección cinematográfica y lo hace sumándose a la lista de los What if...? con Blackthorn.
Blackthorn, título al que, siguiendo la maldita costumbre de las distribuidoras de este país, en España se le ha añadido el subtítulo Sin destino, es, sin duda, una apuesta arrisgada. Y lo es ya no solo por el hecho de tratarse de un western español rodado en Bolivia (algo que, de por sí, ya supone un handicap importante) sino por el hecho de alterar una de las historias cinematográficas que más huella han dejado en el espectador: la historia de Butch Cassidy y Sundance Kid de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969).
¿Quién no recuerda el plano fijo final de la película en el que vemos la imagen congelada de ambos pistoleros mientras el ruido de los disparos del Ejército Boliviano nos anuncia su muerte? Pues bien, Mateo Gil parte del supuesto de que tal muerte, debido a que los soldados bolivianos apenas saben disparar, nunca tuvo lugar y nos presenta a un Butch Cassidy, ya mayor, que ha seguido con su vida en la misma Bolivia, y como criador de caballos, bajo el nombre de Blackthorn.
La película de Mateo Gil es un western intimista. Un interesante trabajo en el que el español muestra su devoción por el género western, un género del que parece conocer a la perfección sus claves. Es, precisamente, esa devoción por el género el principal inconveniente de este trabajo.
En Blackthorn encontramos, por supuesto, Dos hombres y un destino. Las referencias a esta película en su estructura narrativa, con numerosos flashbacks de la juventud de la pareja de pistoleros, son evidentes. Pero también se encuentran en Blackthorn el nervioso Zoom de Sergio Leone, los grandes espacios abiertos de John Ford o los grandes momentos de camaradería de las películas de Howard Hawks. Todo esto dificulta el encontrar, precisamente, los rasgos de autoría de Mateo Gil. Un director que parece haber preferido mostrarnos el altiplano boliviano (magníficamente fotografiado, dicho sea de paso) antes que dar mayor solidez a su historia.
Con todo y con eso, Blackthorn no deja de ser recomendable. Un trabajo notable y con un gran protagonista , Sam Shepard, que sin duda gustará a los, como yo, amantes del género.

Para ver el trailer, pinchad aquí.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Melancolía. Nihilismo, minimalismo y apocalipsis.

De igual forma que ya sucediera con Anticristo, su anterior film, no podemos hablar de Melancolía (el, hasta el momento, último trabajo del cineasta danés Lars Von Trier) sin hacerlo de su excepcional prólogo. Díez minutos de imágenes ralentizadas y sin diálogo que, planificadas a modo de preludio operístico y acompañadas por un fragmento de Tristán e Isolda nos muestran todo lo que ha de suceder en la película.
Justine (Kirsten Dunst), vestida de novia, que apenas puede andar  a causa de numerosos hilos de lana que, a modo de densa telaraña, enredan sus piernas...; Claire (Charlotte Gainsbourg), con su hijo en brazos, avanzando con dificultad por un campo de golf de cesped extrañamente alto...; Justine contemplando asombrada como de la punta de sus dedos brotan chispas mientras pájaros muertos caen del cielo a su alrededor...; Justine, vestida de novia, arrastada por un torrente en una imagen que recuerda a la de la muerte de Ofelia tras ser empujada a la locura por el príncipe Hamlet...; Justine, Claire y Leo frente a la mansión familiar bajo un cielo de tres lunas...; un escalofriante plano del planeta errante Melancolía chocando contra La Tierra... Todo ello, orquestado al ritmo de la música de Wagner, sirve al siempre sorprendente director danés para ofrecernos su particular y minimalista versión del fin del mundo. Un apocalipsis provocado por el choque de dos planetas que sirve de metáfora literal del choque de las personalidades antagónicas de las dos hermanas protagonistas del film.
Siguiendo con las analogías con su anterior trabajo también en esta ocasión Lars Von Trier nos ofrece una película dividida en capítulos (concretamente dos).
El primero de los capítulos (responsable, según mi modesta opinión, de que esta película no acabe siendo una obra maestra) está dedicado a Justine y transcurre a modo de pequeño remake de Celebración (Thomas Vinterberg, 1998) en el que el danés carga con la cámara al hombro y, empleándola a modo de ariete, arremete contra la burguesía destruyendo su concepto de la belleza y la seguridad y poniendo su hipocresía al descubierto (ejemplares, en este sentido, los papeles tanto de la rebelde madre de Justine como el de su padre, ese payaso triste que, tras ofrecerse a estar siempre ahí para apoyarla, no duda en desaparecer cuando más lo necesita su hija).
En el segundo de los capítulos, dedicado éste a Claire, se retoma el buen pulso mostrado en el prólogo y asistimos al choque entre las dos hermanas y su forma de afrontar el desastre.
Mientras Claire se muestra aterrorizada ante la llegada de un inminente desastre para el que no hay escapatoria posible y que deja al descubierto la falsa seguridad que su vida burguesa parecía ofrecerle, su hermana Justine, aquejada de una profunda depresión e incapaz de ser feliz a pesar de tenerlo todo para poder serlo, por el contrario, afronta el final con serenidad y con el pleno convencimiento de que es lo mejor que puede sucederle a La Tierra ya que ésta es mala por naturaleza.
Este punto de vista, completamente Nihilista, convierte  Melancolía en una especie de proyección de Anticristo. Si en Anticristo sus personajes  transmitían la idea de que la vida es dolorosa y sin sentido en Melancolía se prolonga esta concepción con la de que estamos solos en un Universo plagado de momentos de destrucción y que el día que desaparezcamos nadie nos va a echar en falta. Es por esto que una luz que evoca muerte impregna toda la película.
Conociendo la naturaleza depresiva del autor y visto como ridiculiza la postura de Claire ante el final cuando propone esperarlo degustando una copa de vino, podríamos pensar que Lars Von Trier cree a pies juntillas los argumentos nihilistas que defienden que la vida es absurda y carece de finalidad. Sin embargo, a última hora y en un momento de cine mayúsculo, Justine hace algo mágico y poético encaminado a confortar a su sobrino...
¿Quizá preservar la infancia sea la finalidad de toda vida?

Para ver el trailer pinchad aquí.

martes, 1 de noviembre de 2011

El niño de la bicicleta. El Doinel de los Dardenne.

Cyril es un niño que, tras haber sido abandonado por su padre, vive en un centro de acogida del que escapa siempre que tiene ocasión en un intento de localizar a su progenitor.
En una de sus escapadas se encuentra con Samantha, quién se comprometerá a convertirse en la familia de acogida del muchacho los fines de semana.
Éste es el sencillo argumento de El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo), película que tuve ocasión de ver el pasado Domingo y que constituye el último trabajo de los hermanos Dardenne tras su estupenda El silencio de Lorna, que en su día ya comentara en este espacio.
El niño de la bicicleta, galardonada con el gran premio del jurado en la pasada edición del Festival de Cannes, es una muestra de puro cine no exenta de claras influencias. Y es que el niño protagonista se encuentra muy próximo a Antoine Doinel, el que fuera el celebrado protagonista de Los cuatrocientos golpes de François Truffaut y alter ego del director francés a lo largo de tres películas más (Besos robados, Domicilio conyugal y El amor en fuga).
 Cyril, emulando la carrera de Doiniel en la que se ha convertido en una de las más celebres escenas de la historia del cine, es un personaje que se encuentra en constante movimiento, bien corriendo o bien subido a una bicicleta de la que apenas se separa y que constituye su único nexo de unión con la infancia. Un movimiento que es una constante búsqueda de la inocencia y una huida de una vida empeñada en arrebatársela.
No es la película de Truffaut la única fuente de la que beben los realizadores Belgas ya que, desde la aparición en su historia del joven delincuente callejero con el que Cyril se cruzará, uno no puede evitar recordar al Jaibo, ese inolvidable personaje de Los Olvidados, obra maestra de Luis Buñuel, que en su día interpretara Roberto Cobo.
Pero no nos equivoquemos, una influencia no es una copia y El niño de la bicicleta tampoco lo es. El último trabajo de la pareja de realizadores belgas es un trabajo fiel a su estilo. Un trabajo en el que la cámara es cargada al hombro y, en un movimiento constante, nos acerca tanto a los personajes que nos convierte en parte integrante de una historia de final abierto en la que el drama social vuelve a estar presente aunque en esta ocasión se nos muestre sin tanta dureza como lo hacían en Rosetta y en la citada El silencio de Lorna. Un trabajo, dicho sea de paso, en el que los directores exprerimentan por primera vez con el uso de la música.
El niño de la bicicleta es, segun mi modesta opinión, un trabajo redondo. Una muestra de puro cine con todos los números para convertirse en la película del año.
Pero, claro,... solo es mi opinión.

Para ver el trailer pinchad aquí.