domingo, 18 de julio de 2010

¿Y ahora qué?

No hay duda de que, desde hace algunos años ya, el mejor cine que nos llega desde Estados Unidos lo hace en formato de serie de televisión.
De la mano de grandes productoras, como HBO y Showtime, que se han especializado en ofrecer estos productos con una calidad inmejorable, cada temporada de sus series viene estructurada a modo de película de cerca de trece horas de duración.
Cuidados guiones en los que se se desarrollan en profundidad los personajes, atractivos repartos conformados, en la mayoria de casos, por estupendos actores provenientes de la pantalla grande (se acabaron los tiempos en los que la serie de televisión era un producto de ínfima calidad reducto de actores imposibles) que encuentran que los papeles mas ricos en registros se escriben para estas producciones, renombrados directores tras la cámara (Scorsese, Campanella, Tarantino, Rodrigo García,...), interesantes tramas y ambientaciones que no reparan en gastos son las claves que definen el éxito de este nuevo formato que, insisto, nada tiene que envidiar a las producciones para la gran pantalla (de hecho, en la mayoría de casos, las supera en calidad).
El dilatado metraje de cada temporada, normalmente entre nueve y trece horas/capítulos, permite el desarrollo de personajes mucho mas complejos que los escasos noventa minutos de una película. De esta manera llegamos a conocer al personaje, lo vemos evolucionar y llegamos a establecer una relación tan íntima con él que su inevitable desaparición puede llegar a resultar angustiosa.
Mi primera experiencia de este tipo me llegó con el descubrimiento
de Los Soprano. Una serie compuesta de seis temporadas, la última de ellas dividida en dos partes, que redefinía el concepto de la familia y que me permitiría conocer al que ha sido, sin duda, uno de mis personajes favoritos, Tony Soprano.
El imponente James Gandolfini realizó, con Tony Soprano, la que es, sin lugar a dudas, la mejor creación de su carrera. Un complejo personaje de múltiples registros capaz de, en la misma escena y en cuestión de segundos, pasar de hacerte reir a hacerte sentir pavor con una asombrosa naturalidad.
El autor de estas lineas no pudo evitar acabar sintiendo cariño por tan simpático hijo de puta. Veía un capítulo al día y deseaba que la serie no acabase nunca, pero....
Como no podía ser de otra forma, Los Soprano llegó a su fin dejándome abandonado y con la sensación de que se me había generado un vacío que nunca podría volver a llenar.
Algún tiempo después Mónica me habló de A Dos Metros Bajo Tierra, una serie compuesta por cinco temporadas obra del genial Alan Ball.
Debo reconocer que la huella que había dejado en mí Los Soprano era tan profunda que abordé A Dos Metros Bajo Tierra con muchas reservas, casi deseando que no me gustara. Me hacía el remolón, siempre tenía alguna buena excusa para no ver el capítulo del día y acababa por ver solo uno por semana. Asi transcurrió la primera temporada.
Con la segunda temporada fué diferente. Ya me había familiarizado con la pelirroja familia protagonista y sus personajes y tramas me tenían enganchado. Nuevamente complejos personajes y geniales guiones llegaban a la televisión para permitirme llenar el vacio que el final de Los Soprano había dejado en mi interior.
Durante meses los funerarios de A Dos Metros Bajo Tierra me hicieron reir, me emocionaron, me angustiaron y volvieron a hacerme desear que los momentos que pasaba viéndolos frente a mi televisor no acabaran nunca. Tampoco fué posible. Tras un memorable último capítulo la quinta temporada de una de las mejores series de todos los tiempos tocó a su fin y yo volvia a preguntarme ¿y ahora que?
Tras la desazón inicial que siempre me acompaña tras la finalización de una serie me hice con Deadwood, una gran producción de HBO, que destila Shakespeare por los cuatro costados y que me regaló nuevamente a un memorable personaje: Al Swearengen, el mejor malo de la historia de la televisión desde J.R. y Falconetti.
Desgraciadamente, la serie fue cancelada por motivos económicos tras su tercera temporada.
Mi elección para sustituirla fue Terminator: Las crónicas de Sarah Connor, una buena serie creada como complemento a la famosa saga cinematográfica y que, cronológicamente, se situaría entre Terminator 2 y Terminator 3. Desgraciadamente la vida de ésta fue todavia menor que la de Deadwood y su productora decidió cancelarla tras la segunda temporada, a pesar de haberse convertido en una serie de culto con miles de incondicionales seguidores.
Tras este segundo fracaso abordé con ilusión la nueva creación de Alan Ball. Se trata de True Blood, una serie que parte de la original premisa de la convivencia entre humanos y vampiros tras la decisión de estos últimos de hacer pública su existencia.
Jugaba la baza de la discriminacion y los prejuicios en el profundo sur de los estados unidos desde un original punto de vista. La cosa pintaba bastante bien, pero tras una primera temporada bastante correcta la calidad de la serie cayó hasta niveles insospechados convirtiéndola en un total fiasco.
Desilusión tras desilusión,...hasta que llegó MadMen. Producción de apabullante calidad, se desarrolla entre las paredes de una empresa de publicidad ubicada en Madison Avenue, en el New York de los años sesenta. Inteligentes tramas, cuidada ambientación, interesante abanico de personajes son las principales bazas de una serie que lleva emitiéndose desde hace tres temporadas y que ya anuncia el estreno de la cuarta. Pero todavia hay que esperar a que nos llegue a España.
Entre temporada y temporada de MadMen llegó a mis oídos la noticia de la existencia de una serie, de HBO como no podía ser de otra manera, que amenazaba con recoger el testigo de mejor serie de la historia de la televisión. Se trataba de The Wire.
The Wire, serie de cinco temporadas, ha cumplido todas mis expectativas e incluso ha ido mas allá. Absoluta obra maestra, ha servido para redefinir el género policiaco. Inteligentísimas tramas, un rodaje con un realismo próximo al del documental y unos personajes antológicos me han permitido disfrutar de los mejores momentos de mi vida frente al televisor.Los guionistas de The Wire han ido destripando, temporada tras temporada, diferentes escenarios de la ciudad de Baltimore. Los muelles, el departamento de homicidios, la política, el narcotráfico, las escuelas, la prensa han sido diseccionados con precisión cirujana y expuestos ante nuestros ojos alejados de la multitud de tópicos que acostumbran a poblar este tipo de producciones.
Uno se ha ido encariñando con todo el elenco de personajes de la serie independientemente de a que lado de la ley representara o cual fuera su sexo o raza. He vuelto a pasar horas y horas frente al televisor deseando que la serie nunca terminara. Pero ha vuelto a suceder. The Wire ha concluido y McNulty, Lester, Omar, Marlo, Bubbles, Greggs han salido de mi vida dejándome nuevamente vacío. La pregunta vuelve a asaltar mi mente,... ¿Y ahora qué?
Me dicen que Treme está bien,...y es de HBO.

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