martes, 19 de abril de 2011

En un mundo mejor. La espiral de la violencia.

Hace ya tiempo que la danesa Susanne Bier decidiera volver a firmar sus obras y a aposentar su cámara sobre un trípode para, de ésta manera, certificar su total abandono del movimiento Dogma´95 que ella misma iniciara junto a Lars Von Trier y Thomas Vinterberg. De hecho, la directora abrazó el voto de castidad del Dogma 95 en una única película, Te quiero para siempre (2002), y, después de ese trabajo comenzó a recuperar para sus realizaciones todo aquello que era catalogado como accesorio en el manifiesto Dogma 95. Primero parcialmente en su interesantísima, y ya comentada por estos lares, Brodre (2004) y ya completamente en Cosas que Perdimos en el fuego, su aventura Hollywoodiense del 2007. Es a través de estas producciones que vemos como, de forma definitiva, Susanne Bier se ha convertido en una tránsfuga que acaba por abrazar precisamente aquello que demonizaba el decálogo que ella misma había firmado: el cine de género.
El drama es el género elegido por la directora Danesa. Un drama que maneja perfectamente y en el que acostumbra a hablarnos de temas que, en manos de otros directores, podría caer en el melodrama cargado de moralina. Algo que Susanne Bier es capaz de evitar con un tratamiento lo suficientemente frio como para, sin resultar insensible, que las cuestiones que plantea primen sobre las respuestas que ofrece, si es que las hay.
Los temas tratados por la realizadora en esta ocasión son, al menos en parte, temas comunes al mas reciente cine nórdico: La respuesta de la infancia/adolescencia frente a la ausencia de alguno de los progenitores; El comportamiento del niño proveniente de un hogar desestructurado cuando toma conciencia de la violencia imperante en el mundo que le rodea; La incapacidad del progenitor para, liberándose de la carga de culpa,  el resentimiento o el sentimiento de soledad, ser capaz comunicarse con su hijo o hijos. Todos estos temas, que viéramos en películas tan dispares como Fucking Amal (Lukas Moodysson, 1998), Lilya-4-ever (Lukas Moodysson, 2002) o Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008) están presentes en En un mundo mejor.
Con su última película, que fue galardonada en 2010 con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, la realizadora es capaz de plantearnos otras cuestiónes a través, sobre todo, del personaje de ese médico idealista entregado a labores humanitarias en el continente africano ¿pueden sobrevivir ciertas convicciones al choque con la realidad y con la violencia que habita en ella?¿se pueden transmitir ciertos ideales a unos hijos que, ya en el fin de su infancia, reciben a diario muestras de esa violencia?
Son estas cuestiones que Susanne Bier plantea unas veces con mejor y otras con peor acierto. Ahi reside el talón de aquiles de esta película. Mientras la historia funciona muy bien cuando se mueve dentro del ambiente familiar y adquiere un tono mas intimista (en este sentido resulta ejemplar la resolución de la escena de la visita del médico, acompañado por los niños, al lugar de trabajo del energúmeno que lo agrediera en el parque en presencia de éstos) pierde muchos enteros cuando se traslada a tierras africanas a fin de darle un carácter globalizador a las cuestiones planteadas. La parte de la historia que se desarrolla en África no acaba de estar bien integrada en el conjunto y resulta un tanto forzada, si bien sortea de forma sobresaliente los riesgos de resultar excesivamente melodramática.
Susanne Bier nos brinda, pues, un más que interesante trabajo con convincentes interpretaciones y muy hermosa fotografía en el que la principal preocupación reside en la forma en que se nos plantean ciertas preguntas más que en brindarnos respuestas.
Una película que invita a sentarse a hablar.

Para ver el trailer pinchad aquí.

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