lunes, 11 de abril de 2011

El Último Verano ¿El último Jacques Rivette?

Anoche tuve ocasión de ver la última realización de Jacques Rivette, quien fuera jefe de redacción de la revista Cahiers Du Cinemá desde 1963 y uno de los principales fundadores e impulsores de la Nouvelle Vague junto a Jean-Luc Godard, Eric Rohmer y Claude Chabrol.


LA IMPORTANCIA DE LOS TÍTULOS.
El título con el que llega a nuestras salas Valencianas (solamente en los cines Babel y con un retraso de dos años desde que fuera presentada en el Festival de Venecia en 2009), El Último Verano, hace referencia a lo que podría ser la última gira de un pequeño circo ambulante antes de su disolución, gira durante la que se desarrolla la trama. Es éste un título que, resultando comercial en exceso, tiene bien poco que ver con el original 36 vues du Pic Saint-Loup (36 vistas del pico Saint-Loup). La nula similitud entre ambos títulos me llevó a investigar acerca del Pico Saint-Loup para buscar su relación con la película e intentar averiguar las razones de su director para elegirlo, cosa que evidentemente no puede ser casual.
Gracias a internet la investigación no lleva demasiado tiempo y me permite averiguar que Pic Saint-Loup es el nombre de una montaña de la región francesa del Languedoc sobre la que existe una bonita leyenda medieval.
La leyenda relata como tres hermanos llamados Clair, Guiral y Loup, campesinos habitantes de esta región, se enamoraron de la hermosa Bertrade, la hija del rey. Antes de que la princesa pudiese elegir a uno de los pretendientes éstos tuvieron que partir a las cruzadas y, a su regreso, años después, descubren que la princesa a muerto.
Abrumados por la tristeza los tres hermanos deciden dedicar toda su vida al duelo por la muerte de su amada y, convirtiéndose en hermitaños, se instalan cada uno de ellos en lo alto de un monte de la región. Cada uno de ellos encendió una hoguera en lo alto de su monte y las hogueras iluminaron la noche durante años consumiéndose muy lentamente.
La hoguera de Loup, alimentada por la melancolía y el persistente recuerdo de su amada fue la última en consumirse completamente. Desde ese día el monte pasó a ser conocido como el Pic Saint-Loup.
Jacques Rivette decide llevar el rodaje y hacer transcurrir su película a los pies de ese monte no por casualidad, sino porque la historía relatada en la película es la historia, plagada de melancolia, de una princesa atrapada en el duelo en el que ha sumido su vida desde la muerte de su amado quince años atrás.
El título español no solo es en exceso comercial sino que resulta engañoso puesto que el tema del film no es una visión nostálgica hacia una forma de vida, la del circo ambulante de provincias, en vias de extinción sino como la melancolía y el peso de un secreto puede transformar la vida en un duelo permanente del que uno debe ser rescatado.

RIVETTE Y LA MELANCOLÍA.
La melancolía proveniente de un secreto guardado es el tema habitual de la práctica totalidad del cine de Rivette quién acostumbra a emplear la totalidad del metraje y puesta en escena para resaltar, de forma compleja, la existencia de dicho secreto. Secreto que, en ocasiones, no será desvelado siendo así el proceso de busqueda del mísmo en el tiempo y el placer que esta búsqueda provoca en el espectador el principal motor de sus realizaciones.
En esta ocasión su particular forma de rodaje, muy próxima a la representación teatral, en la que muestra una vez mas su maestria en la puesta en escena y en la que los largos planos fijos, juegos de iluminación  e improvisaciones en las que los actores rompen con la tradicional narración cinematográfica para dirigirse directamente a la cámara, ya no se pone tanto al servicio de dilatar la búsqueda de los motivos que mantienen a la protagonista prisionera de un duelo que dura ya quince años y del que es incapaz de liberarse por si sola. En esta ocasión el director francés pone todo su estilo, al que permanece fiel, al servicio de una rápida búsqueda de la solución. Una rápida catarsis que libere a la princesa.

TESTAMENTO CINEMATOGRÁFICO.
Tras el visionado de este último trabajo de Rivette uno tiene la sensación de que habría que enfatizar la palabra último puesto que este último trabajo tiene, por varios motivos, el sabor de un testamento cinematográfico.
Jacques Rivette, cineasta de 83 años y de delicado estado de salud, vuelve, en esta película, cerca del escenario en el que rodara en 1991 La Bella Mentirosa y lo hace contando con Jane Birkin, con quién ya trabajara en aquella película, y con Sergio Castellitto, con el que también trabajó en Vete a Saber en el 2001, ambos confesos admiradores del director galo. Y vuelve para mostrarnos a una protagonista que, según las palabras de su propio padre, está muerta para el circo. Tenemos, pues, un personaje muerto que se mueve en un espectáculo moribundo basado en el absurdo número de unos payasos sin gracia que actuan frente a un escaso público que bien podría estar compuesto de maniquies o muñecos de cera. Un escenario el de la película en el que lo real y lo fantasmagórico se entremezclan y en el que todo augura una despedida, incluso la escasa duración de la película para lo que este director nos tiene acostumbrados o ese estupendo comienzo en el que se homenajea al primigenio cine mudo.
Confio en equivocarme y que Rivette, al igual que hiciera Bergman, todavía nos brinde alguna que otra película testamentaria más.

Para ver el trailer pinchad aquí.

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