sábado, 9 de julio de 2011

Un cuento chino. La extraña pareja.

A pesar de lo mucho que he despotricado contra ello, lo cierto es que uno no puede conseguir asistir a la proyección de una película despojado por completo de ideas preconcebidas.
De esta manera, cuando uno acude a la proyección de una película oriental da por sentado, si no dispone de información previa, que asistirá a un espectáculo de ritmo pausado, cuidada fotografía y repleto de simbología.
De igual forma, una película Sueca será dura, oscura y deprimente; una película española hará referencia de alguna manera, irremediablemente, a la guerra civil; en una película iraní nunca pasa nada y el cine argentino es un cine en el que se habla mucho y sale Ricardo Darín
He tenido la ocasión de ver Un cuento chino, la última película de Sebastián Borensztein, y, una vez más, se hace patente el gran error que supone no acometer el visionado de una película con la mente liberada de todo prejuicio.
Y es que Un cuento chino es una película Argentina, si. Sale Ricardo Darín, si. Pero para nada es una película en la que se hable mucho. Es más, se trata de una película en la que la imposibilidad de la comunicación juega un papel esencial.
La película da comienzo con la imagen de una vaca cayendo del cielo a toda velocidad para acabar por impactar sobre la cabeza de una joven china a la que, en ese instante, su joven novio acababa de proponer matrimonio (¿puede haber comienzo más estimulante y menos propio del cine argentino que éste?) para, en la escena siguiente, llevarnos al interior de una ferretería bonaerense en la que Roberto, personaje interpretado por Ricardo Darín, se haya peleando con una caja de tornillos.
Tras esta presentación nos encontraremos ante una película pequeña. Una obra tragicómica rodada con muy buen pulso que gira en torno a un gran y complejo personaje, espléndidamente compuesto por Ricardo Darin, y como la vida de éste se ve alterada a causa de su fortuito encuentro con el joven chino del comienzo del relato.
Aunque, como he dicho, la película sea una película pequeña y libre de pretensiones, no todo es simpleza en ella. Nos encontramos ante un trabajo muy cuidado, de múltiples lecturas y con un personaje lleno de matices.
Roberto es un cincuenton solitario que tiene organizada  su vida alrededor de una serie de hábitos que prácticamente lo convierten en un misántropo. Hábitos que, como iremos descubriendo, ha ido adquiriendo a raiz de dos hechos clave en su vida: la muerte de su madre y la guerra de las Malvinas.
Roberto, a pesar de su nacionalidad y debido a su carácter, no es un gran conversador (apenas frases sueltas pronunciadas, la mayoria de ellas, en la soledad de su hogar) y tendremos que ir conociéndolo en base a gestos, miradas, actos y situaciones. Es aquí donde juega un papel esencial el buen trabajo realizado con el guión y se pone de manifiesto la estupenda composición que, de su personaje, hace Ricardo Darín. La escena en la comisaría, la devoción mostrada cuando descubrimos el fin al que va destinada una figurita de cristal comprada a través de internet y ese momento de genialidad en el que Roberto rechaza un juego de brocas de regalo al saber que son inglesas son perfectas muestras de como, sin alarde de ningún tipo, se va desgranando un personaje hasta que llegamos a conocerlo intimamente sin que deje de resultarnos creible.
Y si el personaje central es un personaje lleno de matices, lo mismo ocurre con la historia.
El relato es un relato con múltiples lecturas que descubrimos una vez éste sale airoso del mayor reto que se le plantea y que no es otro que el intentar evitar que la relación entre los dos personajes derive hacia la típica comedia de situación llena de gags propiciados por los carácteres antagónicos de los dos protagonistas (es dificil no imaginarse en algún momento a Walter Matthau en la piel del ferretero y a Jack Lemmon en la del chino).
Aqui hablamos de otras cosas o, mejor dicho, ya que hablar se habla poco, aquí se nos muestran otras cosas y la película acaba por resultar ser una reflexión acerca de como el azar rige nuestras vidas, como veremos en los recortes de noticias sorprendentes que Roberto se dedica a coleccionar, sin que nosotros podamos hacer más que intentar darle un sentido, y una reflexión acerca de la incomunicación. Incomunicacion social entre las personas (y aqui tengo que hacer referencia a la que resulta, para mí, la mejor escena de la película y su momento mas divertido: el enfado de Roberto con un tendero chino al descubrir que no todos los chinos hablan el mismo idioma) e incomunicación entre personas e instituciones públicas (de nuevo hay que hacer referencia a una genial escena: la que tiene lugar en la embajada china de la que el ferretero acaba por ser expulsado).
Nos encontramos pues, en  Un cuento chino, con una película muy recomendable, un trabajo notable que, a pesar de verse lastrado por una serie de escenas a modo de ensoñaciones surrealistas que no acaban de casar bien con el resto del relato y un final en exceso previsible, uno se alegra de haber visto.

Para ver el trailer pinchad aquí.

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