miércoles, 2 de octubre de 2013

Breaking Bad. Remember my name.


Y finalmente llegó. Tras seis años acompañando a Walter White en su particular descenso a los infiernos el Lunes por fin pudimos asistir al tan ansiado, e igualmente temido, final de Breaking Bad.
Si alguien tuvo en alguna ocasión algún temor de que el final de esta magnífica serie desmereciera el prácticamente impecable recorrido que había ido teniendo a lo largo de sus seis temporadas el Lunes se disipó definitivamente ese temor. Y es que el final de Breaking Bad y, con ella, de Walter White, hace justicia no solamente a la trayectoria de la serie sino también a su personaje principal a lo largo de un capítulo en el que, por primera vez, veremos a un Walter feliz; por primera vez escucharemos a un Walter confesarse a si mismo y a los espectadores los verdaderos motivos por los que ha hecho todo lo que ha hecho y por primera vez veremos a un Heisenberg en estado puro matar por placer.
 De la misma manera  veremos, por última vez, un nuevo intento de manipulación sobre Jesse y a Heisenberg yendo un paso por delante de la policía. Un capítulo en el que el protagonista absoluto es el cerebro de Walter/Heisenber. Un potente capítulo de ¿redención?
Ahora habrá que aprender a vivir con el vacío que la ausencia de esta gran serie deja en mi vida, como ya sucediera tras los finales de Los Soprano, The Wire o A dos metros bajo tierra (el mejor final que he visto, capaz de condensar en 5 minutos todas las emociones desplegadas a lo lasgo de sus cinco temporadas) confiando que algún dia otra gran creación sea capaz de llenarlo. Pero, hasta que ese dia llegue, solo puedo decir una cosa:
Heisenberg ha muerto, viva Heisenberg.